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Clínica del Acontecimento. Por Adriana Zambrini
Hoy retomamos el seminario por Internet, que venimos haciendo desde hace ya unos años. Nos ha dado muchos amigos con quienes armar un cuerpo de ideas y sensaciones, por eso los hemos invitado para compartir este espacio de producción, cada uno con su estilo, en torno al acontecimiento. Nuestro agradecimiento a ellos y a ustedes que con sus lecturas nos dan alegría de continuar. Vamos a trabajar la temática del acontecimiento abordándola desde la filosofía, la clínica, las instituciones , el arte. Lazzarato dice: “la filosofía del acontecimiento....define un proceso de constitución del mundo y de la subjetividad que no parte del sujeto (o del trabajo), sino del acontecimiento.” El acontecimiento es una filosofía, como diría Spinoza un modo de vida, de pensar y actuar que constituye mundo, mostrando lo que tiene de intolerable una época y haciendo surgir nuevas posibilidades. Es un punto de vista en donde los posibles y los deseos se lanzan a experimentar la creación de agenciamientos nuevos. Este modo de crear mundos construye valores que en una subjetividad que muta, nos otorgan otras relaciones con el tiempo, los cuerpos, el encuentro con el otro y con la naturaleza. Por esto mismo es problemático ya que nos abre a nuevas preguntas y nuevas respuestas. Esta subjetividad que no parte del sujeto y el objeto, se abre al otro como alteridad, no al otro de la identificación ni de la identidad, sino al otro que es signo que nos afecta y afectamos, y en estas múltiples afectaciones se violenta al pensar. En el acontecimiento el tiempo irrumpe con la explosión del instante en donde convergen pasado-presente-futuro en una línea infinita de tiempo. El acontecimiento no es espacial, es temporal, nunca somos los mismos después que algo acontece. Es devenir. Dice Borges: “¡qué raro pensar que de los tres tiempos en que hemos dividido el tiempo- el pasado, el presente, el futuro-, el más difícil, el más inasible, sea el presente!. El presente es tan inasible como el punto. Porque si lo imaginamos sin extensión, no existe; tenemos que imaginar que el presente aparente vendría a ser un poco el pasado y un poco el porvenir. Nosotros sentimos que estamos deslizándonos por el tiempo, es decir, podemos pensar que pasamos del futro al pasado, o del pasado al futuro, pero no hay momento que podamos decirle al tiempo: detente ¡Eres tan hermoso...!, como quería Goethe. El presente no se detiene. En nuestra experiencia, el tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río, y pensando que el río no es el río porque ha cambiado las aguas, y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso.” “Es decir la idea de lo permanente en lo fugaz.” Solo podemos pensar el acontecimiento desde esta fugacidad, ya que nos abre a lo impredecible y nos destierra de lo preestablecido, desterritorializando, produciendo una subjetividad mutante. Nos abre a lo fugaz, a lo fugitivo del tiempo, y somos una lentificación del tiempo. El ser deviene en el acontecimiento y en la multiplicidad de relaciones que van conformando el mundo. Un mundo de posibles que se expresa en las almas y se actualiza en los cuerpos. Un posible que es necesario crearlo y que no existe por fuera de los signos y de los lenguajes que lo expresan y de los cuerpos que lo efectúan. No alcanza con los agenciamientos colectivos de enunciación que crean los posibles, no desde lo preconcebido sino desde una nueva distribución de las potencias; sino que es necesario su consumación en los cuerpos, su actualización en las afectaciones del encuentro con el otro. Hay que querer el acontecimiento, nos dice Deleuze, pero no es un sujeto quien quiere, es una voluntad de poder, el deseo que se abre a experimentar las bifuraciones en un mundo donde se ha renunciado a los objetos únicos y fijos. Al lanzarnos a la multiplicidad de lo cambiante nos abrimos a la creación de posibles, siempre inciertos en su efectuación, pero que renueva el ímpetu vital del mundo. Lo posible no tiene totalidad, todo no es posible, sino que lo posible deviene en la composición de relaciones, en una acción que es producción de realidad. Consumar es un hacer no en relación al trabajo ni a objetivos, sino que se actualizan nuevas problematizaciones en un experimentar dentro de las circunstancias. Una inmanencia y una aventura no sin riesgos. En esa grieta de tiempo que se actualiza en el acontecimiento, el pensar y el sentir se abren a la alteridad de un afuera, que no es pura exterioridad, sino la vertiginosidad de lo siempre otro. El encuentro de los cuerpos y de las almas recupera su movimiento fugaz, ligero diría Nietzsche, el eterno retornar de una diferencia. El acontecimiento ocurre en un espacio tiempo de la historia, justamente para desviar su secuencia previsible y encontrar en el desvío la posibilidad de lo nuevo siempre a construir. Las relaciones infinitas de mundo, como virtualidad, se corporizan en movimientos creativos que sorprenden a un sujeto precario, larvario; pero que resisten en un sujeto cerrado en la seguridad de lo dado. El acontecimiento es la expresión de una bifurcación que huye de lo previsible, y nos abre a experimentar lo nuevo. Es un encuentro de signos, lenguajes y gestos en una singularidad que actualiza en su acción un mundo virtual de posibilidades. Posibilidades que no preexisten a los acontecimientos, sino que se producen al mismo tiempo que se expresan, y es en la construcción de los agenciamientos de enunciación donde el acontecimiento da a ver su carácter problemático. Lo problemático del acontecimiento nos abre a nuevas preguntas que desestabilizan cualquier pretensión de certezas universales, por el contrario afirma la singularidad de la potencia en el pensar y la acción. Una acción que no es simplemente un hacer, sino que expande el cuerpo de la potencia aumentando su capacidad de afectar y ser afectado. Una acción ligada al pensamiento que opera como expresión de nuevas posibilidades que se consuman en los cuerpos. El acontecimiento produce lenguaje previo a las significaciones, al desprender el sonido de los cuerpos, rompiendo con las líneas fijas de la adaptación a lo dado. El sujeto individual o colectivo experimenta la inquietud de un cambio que desorganiza el régimen de signos y lo deja por fuera de lo pre-visible. El cambio de percepción y pensamiento descoloca a la subjetividad y la convoca a una construcción creativa, que muchas veces es dolorosa para un yo acostumbrado a la seguridad de lo mismo. Esta fisura en el tiempo pautado de lo cotidiano, deja en evidencia las creencias y valores sobre las cuales está construida la subjetividad, sea de un individuo o de un grupo, y que ya no dan cuenta del movimiento de mundo, pensando al mundo como un virtual a actualizar. Nos fuerza al cambio o bien reforzamos neuróticamente lo vivido encerrándolo en viejas significaciones tranquilizadoras que responden a una semiótica de lo universal. Así el sujeto atado a arquetipos de dominación de la potencia, disminuye su poder de afectación. La soledad y el miedo nos arrebatan la posibilidad del acontecimiento. Trabajar desde una clínica del acontecimiento, es liberar las fuerzas capturadas en la subjetividad, creando nuevas semióticas que pongan en cuestión aquellas creencias y valores que capturan las afectaciones de la potencia. Hacer pliegues de consistencia que expresan el poder de creación, una estética en donde el arte deviene una política de liberación. Los relatos que construyen el acontecimiento es el proceso mismo de liberación, pues pone en tensión el pasado hacia el futuro. La potencia de imaginación y de pensamiento habilita nuevas formas de expresión que horadan nuevos sentidos y nuevas sensaciones. Otros mundos en el mundo. Cuando la subjetividad compone desde las intensidades productoras de realidad, la vida deviene una poética de la metamorfosis. Un modo de estar abierto a los flujos del azar que horadan el mundo de la representación, para evitar su entronación y producir representaciones siempre móviles y cambiantes, en un mundo donde los objetos siempre son parciales, no por carecer de algo, sino porque el deseo no busca ningún objeto, sino solo desear, perseverar en el ser. En el acontecimiento se produce excedencia de ser, por eso el acontecimiento es bello, es arte. Juan viene acompañado de su padre, tiene 29 años y está sumido en un profunda dolor. Llora y se lamenta de la ruptura con su pareja. No comprende como ella pudo engañarlo, “traicionarlo” con su ex novio, a él que en sus seis meses de relación no había sentido mucho por ella, pero que al perderla se dio cuenta que la amaba profundamente. Él que al enterarse de la “traición” la había seducido y le había ofrecido un futuro perfecto lleno de ilusiones, para que cuando ella llorando le pidiera perdón, él se rehusara a dárselo. Ella se cansó y se fue, allí comienza su desesperación ante la perdida. Solo quería recuperarla, no podía aceptar que ella le hubiera dado al otro una segunda oportunidad y a él no. Dejó de ir al trabajo y se encerró en su cama, solo salía para encontrarnos. Hasta aquí el relato de un mundo de ganadores y perdedores, de éxitos y fracasos, de soberbias y caídas. Un agenciamiento de idealizaciones y desilusiones estrepitosas. Somos un relato que nos va diseñando un futuro, el suyo, aquel en el que estaba capturado, era cruel. El acontecimiento le ofrecía la posibilidad de construir un nuevo relato, había que deconstruir lo dado e inquietar el pensamiento y las sensaciones con otros signos. Deconstruir para liberar al ser de un relato opresor, para que el sujeto mayoritario de la captura devenga una singularidad colectiva. Sus creencias y valores estaban quebrados, expuestos en su debilidad y rigidez. El “canchero” como el decía, había devenido un fracasado, un “perdedor”. Su caída fue tan brutal que necesitó de la ayuda de una medicación para que minimamente recupere su posibilidad de pensar y dejarse afectar. Había que anestesiar por un tiempo el dolor que era parte del mismo juego. Hizo de su ex pareja una “idea recurrente” como él la llamaba, lo pensamos como una amarra de la que se agarraba para no desprenderse de sus viejas creencias. Trajimos su visión de la realidad y el proyecto fijo que se había armado como futuro preestablecido, los valores del éxito idealizado y el fracaso que lo encerraban en un mundo binario y despótico, su creatividad anulada para construir con la realidad desde otras perspectivas. Confió en el recorrido que le ofrecía y jugamos con “la idea recurrente” como un soporte donde guardaba los vestigios de un modelo derrumbado. Podía poco a poco aventurarse a pensar y sentir los efectos de esta captura, aunque al final de cada encuentro me miraba desde su angustia y volvía a aferrarse a su “idea recurrente”. La psiquiatra le había interpretado que su angustia se debía a que había confiado en ella y lo había traicionado. Esta intervención lo tranquilizó unos días, pues le permitía reducir el acontecimiento a un punto manejable e historizarlo. Pero rápidamente desestimó esta perspectiva y pensó que lo vivido con ella era “la gota que rebalsó el vaso”, que lo que estaba en juego era su modo de vida, sus valores y creencias. Decía: “quiero dejar de estar en una cinta sinfín, como la de los aeropuertos”. Intuía la necesidad de construirse otro cuerpo sin órganos. Dicen Deleuze y Guattari en Mil Mesetas: “Conectar, conjugar, continuar: todo un “diagrama” frente a los programas todavía significantes y subjetivos. Estamos en una formación social: ver en primer lugar cómo está estratificada para nosotros, en nosotros, en el lugar donde nos encontramos; luego, remontar de los estratos al Agenciamiento más profundo en el que estamos incluidos; hacer bascular el Agenciamiento suavemente, hacerlo pasar del lado del plan de consistencia. Solo ahí el CsO se revela como lo que es, conexión de deseos, conjunción de flujos, continuum de intensidades. Hemos construido nuestra pequeña máquina particular, dispuesta a conectarse con otras máquinas colectivas según las circunstancias.” Una clínica del acontecimiento. Fue construyendo lentamente otro relato que ponía en crisis sus viejas creencias y comenzó a experimentar un rechazo a su entorno de amigos, los sentía lejos y metidos en un juego “tonto”, el mismo que el reconocía como su pasado. Comenzaba a producirse una brecha entre su pasado y las nuevas sensaciones que se iban actualizando en su cuerpo. Cuando venía tomado por sus lamentos le ofrecía cambiar de lugar y que le hablara a ese otro, su cuerpo se enderezaba y su mirada tomaba otra firmeza, fue así que comenzó a hablar del “pobrecito”, del que se tenía autocompasión y que no era más que la contracara del “canchero”. Al poder empezar a dibujar su mapa intensivo construía una distancia entre la ficción reactiva en la que estaba entrampado, y comenzaba a apropiarse de una cierta potencia de actuar que lo iba incluyendo en su entorno desde una mirada más activa y sutil. Era otra la traición que él mismo debería llevar a cabo, una línea de fuga para componer de otro modo con el mundo. Comenzó a verse a si mismo como alguien complaciente a un juego de poder, en su trabajo, con sus amigos, con las mujeres, tomando el lugar de ganador o perdedor de acuerdo a las circunstancias. Las dos caras del mismo agenciamiento. Se sorprendió al percibir que el ganador era tan complaciente como el perdedor con el juego, solo era su contracara. “La idea recurrente” o el punto de subjetivación iba aflojando su presión; al soltarse experimentaba una cierta alegría y un temor a su insistencia, pero poco a poco la insistencia fue la del deseo y no la de su captura. El acontecimiento iba consumándose. Toda subjetividad es colectiva y móvil. La insistencia del deseo lo abrió a nuevos signos y lenguajes, una semiótica se iba desmoronando y se abrió paso a la libertad de experimentar con sus fuerzas otra relación de signos, de gestos y de lenguajes. Volvió al trabajo, pero comenzó a cuestionarse su profesión de ingeniero. El mundo cierto se había derrumbado y había que poner manos a la obra. Se dijo a si mismo que no era el momento de cambiar tan abruptamente, la cautela iba ocupando el lugar que dejaba la desesperación. Decía que en realidad no sabía qué le gustaba, esa eterna y vieja pregunta al deseo cuando le ofrecemos al deseo el relato del sostén del objeto único e insustituible o bien la resignación de lo imposible. Jugamos a pensar sobre algunos movimientos que lo divertían, “me divierte inventar situaciones, pero no lo hago a propósito, me sale. Por ejemplo una vez estaba en una reunión con un cliente, eramos un grupo y me estaba embolando, de golpe se me ocurre preguntarle al tipo quien era la mina de la foto que tenía ahí arriba, era algo totalmente descolgado, fuera de contexto, pero me reí y seguí laburando. Cuando salgo con amigos siempre invento cosas raras para hacer, o para levantarme una mina. En el trabajo lo que más me gusta es diseñar, y en lo que mejor calificaciones saco es en el trabajo en equipo, me gusta armar situaciones, pero no para lucirme sino para que el grupo funcione y nos divertimos”.... Pensé que parecía más un arquitecto que un ingeniero, se sorprendió y dijo que iba a seguir arquitectura pero que siguió a sus amigos que se metieron en ingeniería porque era más valorado. Su posibilidad inventiva le posibilitó salir de la captura y recuperar la risa. “Hoy hago mi trabajo desde otro lugar, más relajado, total si me echan solo van a adelantarse a una decisión que se que voy a tomar, no es lo único”.... “sabes que siento? la alegría de estar bien” Se desamarró de “la idea recurrente” aunque aparece con una intensidad leve cuando se aburre, se ríe y hace un gesto con la mano “ya se que es cuestión de soltarme no de ella sino de la amarra que no es ella”... Fuimos armando una caja de resonancia, en la resonancia nos potenciamos mutuamente y aumentamos nuestra capacidad de afectar y afectarnos. Es el modo de encontrar nuestros armónicos, de lograr la máxima riqueza de nuestro sonido. Por el contrario en la fatiga hay una propiedad, sea el pensamiento, el sentir o la acción, que llega a su máxima tolerancia y se quiebra. Lo molecular se fatiga y pierde su capacidad para oscilar. En él había una fatiga de la expresión y del cuerpo, un devenir interrumpido. Habitaba en un agenciamiento fatigoso, que agotaba la potencia vital del deseo, la libertad alegre de ser. Juan se había quebrado ante la insistencia de quedar protegido por un modelo que lo encerraba en una identidad. En ese momento se requiere construir un CsO que libere a la potencia de las identificaciones y lo lance a la fisura del acontecimiento. Hacer pliegues. Cualquier circunstancia puede devenir un acontecimiento, siempre que entre en resonancia con una frecuencia externa que coincide con la frecuencia que tiene todo cuerpo en su singularidad. De este modo el otro deviene alteridad, y no objeto de identificación. Recién entonces, la acción liga con el pensamiento y la imaginación. Expresar y consumar, los dos movimientos del acontecimiento. Logró ir a vivir solo, algo tenuamente deseado, ya que nunca estaban las condiciones ideales para hacerlo. La clínica del acontecimiento ¿un encuentro con la potencia?
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Cuando esas ideas que me circulaban, cuando esa percepción de eso extraño envolviéndome donde las respuestas están ahi...de pronto se vuelve forma, corte y flujo otra vez...
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